«Los ojos de otros, nuestras cárceles; sus pensamientos nuestras jaulas».
Virginia Woolf

Tengo 40 años, soy de la generación de naranjito, de ir a cole de monjas y la pequeña de tres hermanas. Desde siempre he vivido rodeada de comparaciones, de juicios ajenos y de críticas poco constructivas.
Generación de colegio femenino, de poner la otra mejilla, de ocultar emociones, del “honrarás a tu padre y a tu madre” y de volverse pequeña ante las palabras de los mayores.
Soy independiente a todos los niveles desde que tengo uso de razón y me gusta pensar que tomo decisiones en función de mi felicidad, siempre respetando eso sí a mi alrededor más cercano, buscando opciones que puedan resultar satisfactorias para todos.
Bien sea por el carácter inseguro que me acompaña desde pequeña, fruto de mi timidez, mi autoexigencia y las constantes comparaciones con mis hermanas por parte de mi familia, bien sea porque estos últimos años me han concedido más bien poquita tregua y descanso, cada vez gestiono peor las opiniones ajenas no solicitadas.
Me maravillan las personas capaces de pensar que su opinión es LA OPINIÓN. Me maravilla esa capacidad de pensar que se puede opinar sobre cualquier cosa relacionada con la vida de los demás a todos los niveles “por su bien” “porque yo sé mejor que tú lo que necesitas”… Menuda dosis de maltrato psicológico y ninguneo extremo no reconocido señores.
En otros momentos siempre he tirado del humor y el sarcasmo para esquivar los juicios ajenos pero debo decir que últimamente me molestan. Me molestan bastante.
Por qué? Principalmente porque no los pido.
Tengo la suerte de contar con una cabeza encima de mis hombros que además de sujetar un pelazo y alguna que otra cinta de pelo o gorra molona es capaz de PENSAR por sí sola. Ojo, que no digo que todo lo que piense sea lo adecuado, pero como capitana del resto de mi cuerpo entiendo que si le doy su dosis adecuada de salud, descanso y mimo es capaz de manera autónoma de reflexionar, adaptarse y enviar propuestas de lo más enriquecedoras sin necesidad de capitanes externos que hacen ruido, molestan y desbaratan estrepitosamente cualquier sensación de crecimiento y estabilidad personal.
No sólo eso si no que tengo la suerte de que muy cerquita de mi cerebro tengo una boca que es capaz de pedir si así lo considera cualquier opinión, consejo o propuesta de otro ser humano elegido para la ocasión.
Que no, que no hacéis falta, en serio. Que no sois tan superiores, tan necesarios ni tan oportunos. Más bien oportunistas, más bien innecesarios, más bien tan poco superiores que necesitáis juzgar al resto para librar a vuestra cabeza capitana de vuestros pensamientos de mierda.