Como fruta madura

Crezco y no aprendo a crecer,
no me desilusiono,
ni me vuelvo mujer envuelta en velos,
descreída de todo, lamentando su suerte.
No. Con cada día, se me nacen los ojos del asombro,
de la tierra parida,
el canto de los pueblos,
los brazos del obrero construyendo,
la mujer vendedora con su ramo de hijos,
los chavalos alegres marchando hacia el colegio.

Si.
Es verdad que a ratos estoy triste
y salgo a los caminos,
suelta como mi pelo,
y lloro por las cosas más dulces y más tiernas
y atesoro recuerdos
brotando entre mis huesos
y soy una infinita espiral que se retuerce
entre lunas y soles,
avanzando en los días,
desenrollando el tiempo
con miedo o desparpajo,
desenvainando estrellas
para subir más alto, más arriba,
dándole caza al aire,
gozándome en el ser que me sustenta,
en la eterna marea de flujos y reflujos
que mueve el universo
y que impulsa los giros redondos de la tierra.

Soy la mujer que piensa.
Algún día
mis ojos
encenderán luciérnagas.

Gioconda Belli

Cuanto una fruta nace es rígida, de sabor amargo, no nos resultan atractivas a causa de su dureza, su mal sabor y su imposible deglución; algunas especies incluso llevan una cáscara enorme que las protege de las inclemencias del tiempo hasta que por fin crecen, se enriquecen de la savia de sus árboles, se pintan de colores, se dulcifican, se reblandecen.. Normalmente es en ese punto en el que nos lanzamos como locos en busca de la fruta más jugosa, más dulce, más colorida y que más nos llama la atención. Si eso no sucede la fruta se vuelve tan dulce que ella misma cae por su propio peso al suelo y muere, no sin antes servir de abono para otros futuros frutos que dará el árbol que las vio nacer.

Los seres humanos en cambio vamos al revés de los frutos que nos da la tierra. Nacemos suaves, blanditos, dulces.. nuestros padres y familiares se nos rifan para cogernos en brazos, jugar con nosotros, abrazarnos, comernos a bocados!! Con el paso del tiempo nuestros huesos crecen, nuestros músculos se vuelven rígidos, nuestros gestos se endurecen.. El tiempo continuará pasando y si no hemos bebido de la savia adecuada nos volvemos amargos, e incluso muchos de nosotros cubrimos nuestra alma de una coraza indestructible que no solo añade peso a nuestra ya de por sí dura existencia si no que además nos envejece, nos aletarga, nos vuelve solitarios, huraños y de corazón distante.

Me gustaría pensar que podemos como parte de la naturaleza que somos recuperar la esencia de los frutos que da nuestra madre tierra, empaparnos desde pequeños de la savia adecuada, dejarnos criar por un sol brillante y lleno de chispa, una luna que destile magia, ternura.. y dejarnos entretener por un millón de fantásticas estrellas. Ser duros de jóvenes, para no dejarnos pisar por nadie, y si hace falta echarnos un caparazón a la chepa hasta que veamos que somos lo suficientemente grandes que ya no lo necesitemos. En ese momento empezaremos a confiar en la vida, en sus tormentas porque nos harán crecer más si cabe, en sus ráfagas de viento porque nos volverán más fuertes sin llegar a tumbarnos del todo.. y con esa dulzura y brillo innato de cualquier pieza de fruta en su punto sonreir a la vida sabiendo que hemos alcanzado nuestra madurez plena y dejar que alguien se nos coma de puro placer, sin amargor, sin cáscara, sin trozos de mal sabor, solo una fruta dulce, llena de semillas de las que dan vida.

Ojalá nos convirtamos en fruta madura, ojalá se acaben las corazas.

Por todos aquell@s que alguna vez dejaron de confiar en la vida o dejaron de creer en el amor.

❤️

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