
Todo huele a tierra próxima,
Lugar donde sentarse a charlar con los amigos, de los tiempos que fueron inútilmente abandonados.
Todo huele, esta tarde, a primavera.
Jose Antonio Labordeta
Cuando voy a mi pueblo el tiempo se para, no exite garmin ni strava, no hay horarios de comidas y tampoco suena la alarma.
Cuando voy a mi pueblo nunca me llamo Sara, aquí soy la nieta de la Gertru, la pequeña de la María Jesús, la de barcelona, la que no tiene críos y nunca ha estado casada.
En mi pueblo las señoras no se llaman Marta, Sofia o Clara, aquí hay Sebastianas, Ramonas, Virtudes y Baltasaras…
Y así seguiría este poema de rima asonante en honor a Jaraba, pero lo que hoy quiero escribir es una historia que poder releer para cuando pasen los años recordar en mi imaginación cómo fue aquel tiempo en el que visitar mi pueblo era volver a una época en la que todavía éramos “humanos”.
Mi pueblo, Jaraba, es la mar de cuco. A día de hoy y pese a no alcanzar los 300 habitantes censados sigue teniendo mucha vida, gracias al relevo generacional, a los huéspedes de los balnearios y a todos aquellos turistas que dan un salto en su periplo por la zona, normalmente cuando visitan el monasterio de piedra.
Mi pueblo está lleno de cascadas, de rincones secretos, de rutas de senderismo, de higueras y de buitres. También está lleno de señoras mayores que comparten apellido, peinado e infancia, o de señores mayores que caminan con las manos cogidas en la espalda, con paso lento, firme y sin prisa.
Por la mañana y según el día llega el camión de la fruta, por la tarde se juega al guiñote en el bar de la plaza y por la noche se sale a tomar la fresca.
Tener un pueblo que poder seguir visitando con el paso de los años se ha convertido a día de hoy en todo un privilegio, más aún si te pilla cerca de casa. Tener un pueblo es desconexión total. Es reencontrarse con la infancia, es que se pare el tiempo, es poder salir con la bici sin mil coches dando la turra, es volver a casa con un puñado de moras, de higos o de manzanas, Jaraba es un lujo, más que veinte conexiones 5G y cuatro coches híbridos juntos. Menuda suerte la mía. Que nunca desparezca mi pueblo, ningún pueblo, ni sus habitantes ni sus ramitas de espliego.