
Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos.
Maquiavelo
Alguna vez te has preguntado de manera realista quién eres? O mejor, qué sientes? O mejor aún si cabe, qué sientes cuando ERES? Pues vamos a darle, que empieza el fin de semana y un ratito de reflexión entre café y cerveza seguro que nos sienta a todos estupendamente.
Vivir en deuda; así parece que vivamos. Y aquí una servidora dando su punto de vista. Deudas que van más allá de las económicas, deudas emocionales, deudas existenciales casi. Vamos al lío.
En la mayoría de núcleos familiares existe una retahíla de leyes no escritas que dan significado y orden al “clan”. Estas leyes bien gestionadas refuerzan las personalidades que componen dicho clan pero sólo si dentro de las mismas se incluye el libre albedrío como ley insustituible.
Ayudar en las tareas del hogar, respetar el turno de palabra, compartir, mantener ordenada tu zona de la casa.. Si además a estas “leyes” les añades las leyes más importantes que llamaré VALORES la cosa mejora considerablemente: Abrazar mucho, dar las buenas noches, mirar bonito, hacer cosquillas, cocinar juntos, compartir silencios.. Esto sí que son leyes de las buenas!! Sumamos a la receta el toque extra de libre albedrío y tachan!! Familia sanota, hijos seguros, padres responsables y hogares en calma.
Parece fácil peeeeeero no. La religión, la educación cristiana, una guerra civil, la escasez de recursos y la falta de educación emocional en los centros educativos durante el siglo XX generó en España un déficit y desorden de narices. Qué podemos esperar de un país gobernado por curas, reyes mastuerzos, dictadores y políticos con vocación de funcionario tercermundista.
Ser gordito es un problema, no querer besar a los amigos de tus padres que vienen de visita un castigo, no quedarse con el negocio familiar una traición.. Divorciarse un drama, preferir ir a una exposición que salir de fiesta algo muy friky, no comprar regalos caros poco generoso.. PUFF. AIS. AUCH.
Vivir en deuda con una sociedad que nos quita más de lo que nos da.
A mí me gusta la gente que vive sin deudas. Me da igual su profesión, su físico, su estatus o su vida estructurada y lineal. Soy mujer de pocos amigos y que disfruta mucho de sus ratitos de lectura, escritura y montaña, así que intento elegir casi sin querer a personas que compartan mis hobbies y mi manera de ser, porque si no se me generarían deudas que me harían sentir una impostora total. No podría ser feliz sintiéndome obligada a beber cubatas, salir de fiesta, hablar de fútbol o ir de centros comerciales solo por agradar a esa o esas personas (amigos, familia…). También es verdad que no soy ninguna ermitaña, que me encanta estar rodeada de gente bonita, y ser intransigente sería irme al otro extremo, así que si a mi madre le hace ilusión ir de compras, pues vamos juntas, o si mi amiga del cole prefiere comer un Mc Donalds que unos huevos fritos pues vamos juntas también, en estos casos la compañía salda la deuda y el reembolso es considerable.
No necesito saldar mis deudas. Necesito entender que las deudas de otros no tienen porqué ser mías sólo por haber nacido dentro de un clan establecido. Necesito que mi alma entienda que nunca voy a ser feliz si intento adaptarme constantemente a los gustos y carencias de otros por agradar y mantener un ambiente saludable. Ganar la confianza, resiliencia, autoestima y calma suficiente para ser capaz de ser mi propio clan, pues vivir en deuda con uno mismo es el drama de la actualidad. Liberarse de la responsabilidad de poder con todo, porque ser consciente de que estoy cargando con cosas que no son mías es harto importante.
Vivir en deuda con el planeta, con uno mismo, con la gente que te hace bien.
Darte todo aquello que necesitas, escucharte mucho, dejar de ser egoísta, compartir, hablar, sentir. Ser un poco más niños, ser un poco más gamberros. Ser adultos responsables, ser ejemplo, fomentar el tener un buen corazón. Cumplir con nuestros quehaceres diarios, ser profesionales en nuestros trabajos, cuidar nuestra salud. Que la queja no sea nuestro desayuno diario, que no proyectemos en el de enfrente nuestras carencias y que seamos capaces de autogestionarnos y pedir un tiempo si es necesario. Vivir en deuda es sobrevivir.
Ayer salí de entrenar y quedé a tomar algo. Mi esencia me decía que tenía unas ganas locas de hacer el gamberro y dejarme abrazar. La voz en off de mi clan me decía que hiciera el favor de mantener la compostura y de “hacerme valer”. Me tiré en la silla de mi acompañante. Me hicieron cosquillas, compartimos unas cuantas sonrisas. Creo que estoy empezando a entender que entre mandamientos religiosos y leyes familiares, se me estaba colando una necesidad imperiosa de aceptar el libre albedrío como compañero de viaje. Creo que aún estoy a tiempo de dejar de vivir en deuda. A ver quién sigue cuando haya terminado de ordenar mi contabilidad. Yo me quedo fijo, que me está cubicando bastante.