Los niños hacen ruido

Los niños deben cuidar de su propia educación. Los padres pueden dar buenos consejos o ponerlos en el camino correcto, pero el final de la formación del carácter de una persona se encuentra en sus propias manos.

Anna Frank

Tengo cuatro sobrinos. El peque de la foto, Gabriel, llegó a nuestra familia con cinco meses y con su carácter, su personalidad y su sonrisa nos ha atrapado a todos. No se deja abrazar por cualquiera, no siempre le apetece jugar, no siempre le apetece estar con gente. Me flipa. Porque a él se le respetan los tiempos. Y los adultos? Nos respetamos?

La formación final del carácter de una persona reside en sus propias manos. Más allá de la época de la adolescencia donde encajar con el resto del grupo es casi una necesidad, pretender vivir de cara a la galería, ser igual que el resto, mostrar una imagen que quizá no te represente o practicar el auto sabotaje a partir de cierta edad merece un tiempo de reflexión.

Los niños tienen que hacer ruido, los adultos también. Los niños lloran, ríen, te buscan cuando quieren jugar contigo, te piden abrazos cuando están tristes, y mimos cuando estan cansados. Te piden que los arropes, que les hagas cosquillas. Y nosotros los adultos nos morimos de amor cuando lo hacen. Entre adultos tardamos en contestar los whatsapp para demostrar que no estamos pendientes, preferimos echarnos una copa extra antes de llamar y decir “ven a casa que me muero de ganas por arrancarte la ropa” o callamos nuestras oscuridades para evitar el rechazo (seamos conscientes de que así nos rechazamos a nosotros mismos). Pues vaya.

No entiendo porqué los adultos nos lo ponemos tan dificil.

Ahora que estoy en fase de descarga según mi PHT (Personal Heart Training 😉) del que ya os hablé en otra entrada del blog no veo el momento de expresar todo lo que llevo dentro. Mi esencia es la sensibilidad, la emoción y el romanticismo a nivel extremo. Disfruto de las montañas, de las actividades al aire libre y de cocinar, escuchar música o compartir tiempo con gente bonita, eso no cambia, pero lo que más me reconforta es ser una blandita.

Me han llamado de todo, Amelie, Abeja Maya, algodón de azúcar.. Que a llorar a la lloreria y no sé qué más. El punto más genial es que lo que antes escondía, me llenaba de miedos e inseguridades y me hacía gestionar las situaciones con muchísima tensión ahora lo disfruto. Me encanta que me llamen abeja maya. Este domingo me lo dijo una compi del club y fue curioso. De normal me hubiera ofendido, entristecido o hubiera pretendido ser diferente. Esta vez y de un modo súper espontáneo le contesté: “Si!! que vivan las abejas mayas y que haya muchas más y que polinicemos el planeta.” Se quedó sorprendida, pensativa, y a los pocos segundos cambió su gesto y me dijo “joder pues sí, otro gallo nos cantaría, ojalá haya más abejas mayas y menos moscas cojoneras”. Superadme semejante nivel.

Y no he dejado de soltar improperios, de beber cerveza o de correr o trepar por el monte. No he dejado de mostrarme una mujer sensual. No he dejado de ser fuerte y tajante en mi trabajo como formadora ni una profesional en mi trabajo en la consulta. Simplemente he aceptado e integrado cómo soy, y ahora es mi principal fortaleza. Me he permitido hacer ruido.

El amor no puede existir sin admiración y respeto, son cualidades necesarias para que esté viva en nosotros y podamos ejercerlo con los demás. Me admiro colegas, me admiro bastante. Con la baza de cartas tan mala que me ha salido en la baraja de la vida y ahora resulta que a mis 40 empiezo a pensar que igual hasta puedo llegar a ganar la partida. Así que eso, a llorar a la lloreria, con los limones limonada, y yo a seguir disfrutando de mi nueva normalidad 💕✨. Buah qué miedo. Buah qué guay.

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